Cada segundo, Pole visita a un médico con dolencias causadas por un estilo de vida nervioso. El estrés en sí mismo no es algo malo. Es una especie de movilización del organismo, el reflejo primario de "huida o lucha" que se suponía que permitía la supervivencia humana en los viejos tiempos. Sin embargo, el estrés hace más daño que bien al hombre moderno.
El problema es que nuestros antepasados rara vez activaron el estrés, es decir, la señal de alarma, por ejemplo, cuando tuvieron que trepar a un árbol para escapar de un animal. Usamos esta alarma con mucha más frecuencia.
El estrés es causado por todas las situaciones nuevas, incluidas las positivas. Por lo tanto, la amenaza es tanto el divorcio, el despido, el asalto, como una boda, ganar un boleto de lotería, un ascenso. También es un grifo que gotea, estar parado en un atasco de tráfico, suegra gruñona, una radio demasiado alta detrás de la pared y un auto que va directo hacia nosotros, una enfermedad o un accidente.
Sin embargo, si bien el nerviosismo o el pánico escénico, por ejemplo, antes de un examen o una conversación con el jefe, son útiles, porque nos movilizan a una pelea más o menos literal, y gracias a ello pensamos y actuamos de manera más eficiente, el estado frecuente o constante de disposición para repeler un ataque nos perjudica más que nos ayuda. . Esta carga psicológica debilita el cuerpo y conduce a una amplia gama de enfermedades, desde las psicosomáticas hasta el cáncer.
Estrés: una lluvia de ideas hormonal
Una situación estresante (estresante) es un verdadero shock para el cuerpo. Hay una verdadera tormenta de hormonas en el cerebro. Aumenta la producción de unos 30 neurotransmisores (hormonas responsables de transmitir señales entre las células nerviosas), cada uno de los cuales juega un papel importante en la preparación para una pelea. El centro de mando, el hipotálamo, envía impulsos a la glándula pituitaria (una pequeña glándula justo debajo del hipotálamo), que inmediatamente comienza a liberar hormona adrenocorticotrópica (ACTH). Esta hormona, a su vez, envía señales a las glándulas suprarrenales para que comiencen a producir las hormonas de combate: adrenalina, noradrenalina, cortisol y dopamina. Todos actúan como adrenalina y son una especie de dopaje. Evocan euforia y una inusual oleada de energía.
Ahora la información sobre la amenaza llega a todos los órganos a la velocidad del rayo. El cuerpo reduce el suministro de sangre a aquellos órganos que no necesitará combatir. Los vasos de la piel y los músculos lisos se estrechan. Por otro lado, los vasos coronarios se dilatan, por lo que el corazón late más fuerte, la presión arterial aumenta. A medida que el cuerpo usa más combustible durante la pelea, el nivel de glucosa en sangre también aumenta.
Profundiza y acelera su respiración, mejora su audición y sus ojos se adaptan para mirar a distancia. En caso de una posible infección, la médula ósea y el bazo acumulan leucocitos, que destruirán los gérmenes si ingresan al cuerpo. La cantidad de plaquetas también aumenta para que cualquier sangrado se pueda detener más rápidamente. Por otro lado, la sensibilidad al dolor disminuye, porque sentirlo solo distraería de lo esencial: estar dispuesto a luchar o huir.
¿Cuándo es malo el estrés?
La reacción de alarma del cuerpo no causa estragos si es de corta duración, seguida de una fase de descanso, durante la cual la fuerza del cuerpo se recupera y los niveles de hormonas de combate vuelven a la normalidad. Hablamos entonces del buen estrés, que nos moviliza para actuar, inspira y aumenta nuestra eficiencia. Tal estrés le permite superar obstáculos, superar dificultades y volver a intentarlo en caso de falla. Suele ir acompañada de temblores en brazos y piernas, palpitaciones, sudoración, dolor abdominal y diarrea que desaparecen cuando la tensión desaparece.
Cuando el efecto del estresante se prolonga, entramos en la fase inmunológica. Las hormonas de combate se siguen produciendo con energía redoblada, pero el cuerpo se está acostumbrando y, aunque la tensión nerviosa permanece, los síntomas desagradables característicos de la reacción de alarma disminuyen.
Si no liberamos la tensión a tiempo, el estrés pasa a la siguiente fase: interrupciones y luego destrucción, que es la más peligrosa para nosotros, porque dificulta o incluso imposibilita la realización de nuestras tareas diarias, por ejemplo, trabajo eficaz y creativo, conciliando todas las tareas del hogar. Además, nos hace sentir impotentes ante muchas situaciones de la vida, perdemos la confianza en nosotros mismos y la salud. Entonces se altera el equilibrio entre la quema de recursos y la posibilidad de su renovación. Todo esto conduce sistemáticamente al agotamiento del cuerpo.
Estrés: una reacción individual
A menudo, la misma situación provoca todos los signos de estrés para una persona, mientras que para otra no impresiona. Esto se debe a que no es la situación (objetiva) en sí la que causa estrés, sino que le damos un significado, ya sea positivo o negativo. Por ejemplo: fuimos despedidos. Podemos decir: está bien, me subestimaron aquí, y gracias a que sucedió, me movilizaré para encontrar algo más interesante y mejor pagado. O piense de otra manera: no tendré nada de qué vivir, no sirvo para nada, ciertamente no encontraré otro trabajo ahora.
Nuestra personalidad, crianza y estilo de vida son los responsables de la percepción del evento. Por lo general, los más propensos al estrés son las personas impacientes y tímidas que viven con prisa, asumen demasiadas responsabilidades y se esfuerzan por lograr sus objetivos a toda costa. El estrés también surge de conflictos en la vida, estados de incertidumbre y sentimientos reprimidos. Una persona con un complejo se vuelve irritable, más sensible a las críticas, es impotente hacia su entorno y, por lo tanto, estresada.
Los científicos argumentan que más del 80% del estrés que sentimos no tiene nada que ver con hechos reales, sino que solo es el resultado de los escenarios negros que construimos o reflexionamos sobre situaciones desagradables que ya han ocurrido. Un amigo nos defraudó, mi esposo dijo algo desagradable. En lugar de olvidarlo, seguimos escarbando las heridas, enrollando la espiral. Cuando un niño llega tarde del colegio, ya podemos imaginar que ha sido atropellado por un coche.
Las personas que son alegres, amigables con el mundo y que no se preocupan demasiado, tienden a lidiar bien con el estrés.